domingo, 16 de diciembre de 2012

Nuestro salvaje madroño


No es nuestro madroño un árbol domestico, de jardín. Aunque esta plantado y enraizado junto a la verja, entre un naranjo enano y un melocotonero voluptuoso – del que ya hablaremos otro día -  es evidente que no olvida en ningún momento, que sus orígenes son distintos al de  sus compañeros del jardín. Efectivamente, no  fuimos a buscarlo  a ninguna gran superficie, ni tan siquiera a un garden center especializado. Como otros árboles o arbolitos del jardín, matorrales, y numerosas plantas, su origen es silvestre, de alguno de los numerosos bosques que afortunadamente, tenemos tan cerca de casa. La idea es reproducir en nuestro jardín, ese paisaje tan cercano, tan íntimo, en unas proporciones humanas, a nuestra medida;  un lugar en el que recrear las sensaciones del bosque perdido, aquel bosque salvaje e indómito que acogió nuestras aventuras infantiles.

Pero esta claro que la participación del madroño en nuestro  proyecto no es ni muchos menos que entusiasta. Y lo demuestra activamente en su manera de crecer, lentamente, con una parsimonia calculada completamente ajena al ímpetu de sus congéneres silvestre. O también en su tacañería  a la hora de ofrecernos sus deliciosos frutos rojos, tan solo un par de puñados por temporada. La suya es una actitud distante, arrogante tal vez,  con sus ramas mas altas que parecen buscar, tras las rejas que lo contienen, aquel horizonte boscoso del que fue arrancado en su niñez. Hace tres Navidades, decidimos vestirlo de luces, hacerle participe del calor familiar, de la magia navideña. Cuando estaba entre las ramas mas altas de su copa, subido en una escalera oscilante, colocándole ciento veinte bombillitas de colores, el madroño debió pensar que aquello era demasiado, y si contemplación alguna, me golpeo con su rama mas gruesa,  de forma que tras perder el equilibrio, caí violentamente envuelto entre cables de colores, sobre mi mujer, que sujetaba la escalera tratando de evitar una catástrofe predecible. Contusionados los dos, decidimos aquella tarde,  desistir en domesticar aquel árbol salvaje.

Que distintos son en cambio los madroños silvestres, con que bondad hacen mas acogedores los bosques, y con que gracia y alegría  jalonan caminos y senderos;  sobre todo cuando el frio del invierno hace brotar sus frutos rojos, cerezas del bosque,  que adornan sus ramas convirtiéndolos en  auténticos arboles de Navidad.  Su presencia es entonces  evocadora de la generosidad del bosque y la vida que contiene. Y sus frutos rojos, llamativas golosinas silvestres para saciar los apetitos salvajes de los animales, y  golosa recompensa de excursionistas ocasionales  y buscadores de aventura.
Nuestro madroño salvaje, en su aparente indiferencia,  añora aquel bosque en el que floreció por primera vez.  Es fácil sentarse bajo sus ramas, y mirando sus verdes hojas,  jugar con el aire triste de cualquier tarde invernal,  dejarse arropar por el melancólico  recuerdo,  de un bosque perdido en algún momento  en el tiempo entre la infancia y la juventud, en el que el buen salvaje de Rousseau, se convirtió, casi de repente, y seguramente sin poder evitarlo, en el Leviatán de Thomas Hobbes. 





jueves, 6 de diciembre de 2012

Calendario de adviento



Es difícil no dejarse llevar por el espíritu navideño. De alguna forma, aun negándoselo en lo mas intimo, creo que hasta el mas apático y abúlico de los transeúntes, no podrá mostrase del todo indiferente hacia los estímulos navideños, que resplandecientes, iluminan el paisaje cotidiano. No es posible, no es en todo caso aconsejable. No se trata de ningún modo en dejarse arrastrar por los impulsos primarios del consumismo enloquecido, ni de entregarse al papanatismo facilón de las vacuas demostraciones de sentimientos fingidos, ni de mostrar una felicidad quimérica que nadie siente.  

Es una cuestión de rituales. Con la llegada de la Navidad, fiesta cristiana hábilmente dispuesta  sobre la antigua fiesta pagana Sol Invictus, que celebraba el regreso del Sol, el alargamiento de los días, de la luz, se pone en marcha un ritual, que nos lleva paso a paso,  hacia una regeneración de nuestra energía vital. Las uvas de la noche de San Silvestre, y los propósitos para el nuevo año, son la concreción de todo el cambio, a mejor, que trataremos de conseguir. Para ello, hay que soltar lastre, vaciar las alforjas de agravios y resentimientos, olvidar muchas cosas y recordar otras. Es el momento de la melancolía, de la añoranza, pero sobre todo, y lo mas importante,  de la esperanza; que duda cabe, sentimientos difíciles que sin embargo nos hacen como somos; la suma de todos ellos es el fruto de nuestra historia personal y colectiva, lo mismo que la alegría de ser quienes somos y estar con los que estamos, tan felices como podamos. También es ese momento.

El calendario de adviento simboliza la preparación para el cambio, nos acompaña indicandonos el camino. Es parte del ritual. Desde hace unos años,  estos calendarios inundan de color las estanterías de todos los supermercados. No siempre fue así. A finales de los años sesenta y principios de los setenta, apenas eran conocidos en nuestro país. Eran unos tiempos en que Santa Claus aparecía solo en las películas extranjeras, y los niños de aquí,  esperamos a los reyes magos, farolillos de papel en mano,  y pasando mucho frio en aquellas calles en blanco y negro. El primer calendario que recuerdo en casa, nos lo trajo mi padre de Suiza, donde emigraba algunos inviernos para ejercer de chef en diversos restaurantes. Aquel calendario nos fascino. Tenia un colorido tan alegre, su expresión navideña era  tan feliz, tan luminosa y distinta a la nuestra !. Recuerdo pelear con mis hermanas para ver quien abría la ventanita del día, y quien se comía la chocolatina.  También de Suiza, o tal vez Holanda, algún otro año, nos trajo mi padre cosas fascinantes; chocolatinas Toblerone, Petit Suisses, quesitos Babybel, cosas hoy tan accesibles, que parece absurda, ingenua,  la fascinación que entonces nos causaron. Recuerdo sobre todo un catalogo de unos grandes almacenes. Grueso como una guía de teléfonos, y repleto de cosas que jamás habíamos visto. Vestidos y trajes de muchos colores;  menaje del hogar tan moderno y colorido  que hacían tristísimas nuestras vajillas de cristal verde o ámbar;  muebles de jardin increíbles; y juguetes, cientos, miles de juguetes de todo tipo,  con los que disfrutaban hermosos  niños rubios de ojos azules.  Recuerdo pasarme horas mirando las fotografías y tratando de entender los textos que describían aquellas maravillas. Aquel catalogo, me parecía la Gran Enciclopedia de la Felicidad, y sobre todo, la certeza que existía un mundo infinitamente mejor que el nuestro.

Las ventanitas del calendario van abriéndose una a una, ritualmente, dejando al descubierto su pequeño pero delicioso secreto. Se acerca la Navidad, hay que estar atentos, preparados, si no, nos perderemos toda la magia, i nos hace mucha, mucha falta. 

viernes, 30 de noviembre de 2012

LA ELEGANCIA DEL PALOSANTO






El caqui.
De entre todas las frutas dulces, es el caqui sin duda alguna la mas golosa. Su trémula pulpa rojiza,  se ofrece al paladar  cual postre de aromática gelatina  y su textura es tan sugerente, que hacen que el caqui no sea una fruta apta para bocas refinadas. Muy al contrario, la degustación de esta fruta, requiere de una cierta glotonería, una apetencia natural hacia el exceso, y un gusto desmesurado para  lo dulce. Y es que el caqui hay que comerlo con gula, sin aprensiones estéticas, rompiendo su finísima piel transparente, y dejando que su pulpa estalle sobre el plato para comerla con cuchara. Después, hay que relamer las pieles hasta dejarlas limpias, con fruición, dejando tal vez  alguna gota regalimar  por la comisura de los labios, como el recuerdo de un beso. ¡Pero hay si el caqui no esta bien maduro! Entonces  será la más áspera  de las frutas, de tal forma y con tanta intensidad, que sus taninos transformaran nuestra legua en cartón.


El palosanto
Es fácil dejarse sugestionar con la elegancia indiscutible del palosanto; sobre todo cuando los frutos han alcanzado ese rojo intenso, como  pequeños soles de invierno, y las ramas desnudas han perdido el follaje verde del verano, y los dramaticos ocres otoñales o casi a punto de acabar, dibujando en el aire un  delicado  ikebana.   La contemplación detenida de un hermoso palosanto en ese instante, es entonces autentica poesía  haiku. Y si se trata de uno de esos viejos árboles, que tal vez  ven pasar el tiempo junto a una higuera retorcida por la edad, o un granado asilvestrado por el abandono,  frente a la fachada semi derruida de una antigua casa de campo abandonada,  entonces la imagen  será invariablemente triste y melancólica, y los caquis caídos en el suelo, serán la metáfora de la vida que pasa, a pesar de todo,  año tras año, estación tras estación. 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Preparando la Navidad





En noviembre, con crisis o sin crisis, nos acercamos a la Navidad. De hecho hace ya cerca de un mes que muchos ayuntamientos ya han iniciado la instalación de la parafernalia  luminosa que cubre como una telaraña multicolor calles y plazas. Es la señal.  Hay que poner en marcha las megas estructuras comerciales que convertirán el próximo mes de diciembre  en un agosto invernal,  donde las luces de los neones sustituirán el calor del Sol, y  los dorados brillantes de los escaparates,  disfrazaran de fiesta las calles.  

En la cocina profesional hay que planificar, si es que no se ha hecho ya, los menús navideños,  y el fin de año.  Como en la cocina domestica, familiar, hay dos formas de enfrentarse a ello, la primera es seguir las pautas indicadas por la tradición, el recetario del calendario gastronómico, y diseñar estos importantes menús con aquellos platos entrañables que en su concepción,  están pensados para satisfacer todos aquellos apetitos que se convocan alrededor de la mesa bien puesta de Navidad: los estrictamente físicos, gustativos,  y aquellos otros apetitos que produce  el hambre emocional, la añoranza de tiempos pasados, la melancolía, el recuerdo de aquellos que no están, y por supuesto, la gran felicidad de  compartir mantel, con los que si están.  

Las grandes ollas, los asados ostentosos, evocan una cocina de gran familia, de fiesta, la fiesta de los sentimientos.  La otra forma de plantear los menús navideños,  es dando paso a un recetario de corte mas creativo, dejando a un lado el dictado de la costumbre y plantear un propuesta compuesta de platos mas sofisticados – en su concepción, no necesariamente en su ejecución – que estarían  mas cerca de la cocina profesional que de la domestica.  En todo caso, aunque este tipo de recetario no invoque los mismos valores sentimentales de la entrañable cocina tradicional,  aquella que nos recuerda quienes somos, de donde venimos, en Navidad,  mas que en ningún momento del año, el regreso al  hogar, mas allá de los tópicos,  será una hecho comúnmente constatable, y la cocina, como centro mismo del hogar,  el lugar mágico en donde todo confluirá.

Falta poco mas de un mes.
Las señales están ahí, sobre nuestras cabezas.
Hay que prepararlo todo.
Todo es magia.

lunes, 19 de noviembre de 2012

La castañera i el cambio climático






Junto a una fuente, a la que nunca vi dar agua. Bajo un platanero que en verano daba sombra y en invierno tamizaba los tenues rayos de sol, se colocaba siempre, puntual la castañera.  Hacía un frio de mil demonios. Un frio que viajaba por las calles subido en la tramontana, que a veces nos empujaba  hacia delante, otras veces hacia atrás, y casi siempre acechaba tras las esquinas para abofetearnos por sorpresa con sus hirientes manos largas. 

El cucurucho de castañas nos calentaba los dedos, los boniatos bien envueltos, los bolsillos; y caminábamos felices con aquellos regalos, golosinas de niños en aquellos tiempos en que lo dulce no era tan cotidiano, tan accesible. Ahora ya no hace aquel frio, la tramontana se ha dulcificado, los abrigos son  mas livianos, las bufandas inexistentes, y las castañas y boniatos, ya no gustan a ningún niño. Todo es culpa del cambio climático. 

domingo, 18 de noviembre de 2012

Noviembre.


Todos los Santos 

Santo, ta.
(Del lat. sanctus).
1. adj. Perfecto y libre de toda culpa.
2. adj. En el mundo culinario, se dice de la persona a quien la Cocina declara como  tal, y manda que se le dé culto universalmente. U. t. c. s.
3. adj. Dicho de una persona: De especial virtud y ejemplo. U. t. c. s.
4. adj. Dicho de una cosa: Que está especialmente dedicada o consagrada a la Cocina.

Un buen día para recordar a todos aquellos que marcaron el camino a seguir. Santos como seres  ejemplares, como guías espirituales. Algunos fueron fundamentales en la historia de la Cocina, determinantes: San Careme,  San August Escoffier. Otros  santos de la Cocina aun están vivos,  entre nosotros, iluminándonos con su luz, abriendo nuevos caminos espirituales, metafísicos   por los que transitar, entre todos ellos, veneremos a  San Ferrán Adrià.



miércoles, 26 de septiembre de 2012

La bondad del comedor de macarrones



Se ha escrito que las preferencias gastronómicas de las personas, dicen mucho de su carácter; no se, como en todas las cosas, unas veces si, otras no, y otras tampoco.  Los vegetarianos esgrimen que comer carne, provoca agresividad, desboca la adrenalina. Los macrobióticos,  granivorianos, lacto-cerelianos, frugivistas,  esteinerianos,  eubióticos, flexitarianos,  pescetarianos, y otros grupos  dietéticos, esgrimen diferentes razones, todas ellas demostradas por  su ciencia particular., que es la verdadera,  por la que su forma de alimentase, es las mas correcta y sobre todo, la mas natural. Suelen olvidar, generalmente, que esa misma naturaleza sabia, doto al ser humano de una dentadura perfecta para desgarrar y masticar carne,  y que a pesar de que la evolución de la especie, nos ha llevado a viajar al otro extremo del universo conocido, aun no nos ha desprovisto de nuestros “innecesarios” colmillos. Es igual. Puede que tenga razón.

Josep Pla decía, escribió, que “los vegetarianos, naturistas herbívoros, aguaclaristas, infusionistas, nudistas y en general toda clase de puritanos, son susceptibles de odiar a sus semejantes en grado máximo. En cambio, una cierta debilidad ante las cosas de la vida – un punto de gula, una poco de pereza, una ráfaga de voluptuosidad – parece estar de acuerdo con un estado de tolerancia, de inocuidad, de mansedumbre” Pla tenia estas cosas. Sentenciaba con la vehemencia de un fiscal  y con la autoridad de un juez. A menudo, sus puntos de vista son mas que discutibles, y en este caso, desde luego,  al menos exagerados, aunque es cierto que si bien, la frase en si no es mas que mera provocación, un enunciado, el concepto es comprensible y es cierto, que aquellos que son extremados en su forma de entender la alimentación, lo son también en otros aspectos de la vida, como dice  T. Harv Eker, el autor de numerosos libros de los llamados de auto ayuda, como "Los secretos de una mente millonaria": como haces una cosa, las haces todas.

En todo caso, y dejando de lado complicadas elucubraciones filosóficas, es evidente, que en algunas ocasiones, el gusto por algún tipo de recetas, es posible que nos hable del carácter de un individuo. Estudios realizados en diferentes universidades americanas, así lo aseveran. Es fácil por ejemplo, dejarse seducir por la presencia bondadosa de una fuente de macarrones a la crema,  bien gratinados, con ese dorado crujiente y apetitoso que los hace realmente enternecedores; ¿Como dudar de la cordial afabilidad de un comedor de macarrones? No puede haber una imagen más sosegada y placida. Sin embargo, recuerdo haber leído que los macarrones a la boloñesa, eran el plato favorito de George Busch. ¡Que gran dificultad tiene el estudio de la mente humana ¡

martes, 18 de septiembre de 2012

Moras y los frutos del bosque perdido



Los frutos del bosque, aparecen en mi memoria como adornos comestibles,  engalanando los arbustos y arboles propios  del campo que me vio crecer, corriendo,  entre sus verdes cortinajes, escribiendo salvajes aventuras imaginarias; copiadas de los libros que me acompañaron en mi infancia; las aventuras de Tom Sawyer, Huckleberry  Finn,  o mas tarde, los Cinco,  de Enid Blyton. Fresas silvestres, frambuesas delicadas, grosellas traslucidas, sobrios arándanos   o aquellas moras,  que iban del rojo áspero y llamativo, al negro discreto y  dulzón. Sin embargo, jamás en ninguno de mis bosques,  logre encontrar casi ninguna de estas frutas; tal vez propias de la campiña inglesa literaria, o de los prados del oeste americano de Lucky Luke, o sencillamente, tan solo  licencias literarias con las que embellecer entrañables descripciones,  que me hacían soñar mundos lejanos,  maravillosos, tal vez por su misma lejanía. 

En todo caso, mis bosques inmediatos, aquellos en los que corría, con pantalones cortos y los bolsillos vacios,  desgarrando calcetines entre sus espinosos matorrales, nunca me ofrecieron un repertorio tan amplio y  colorido de frutas. Tan solo los madroños, que adornan sus ramas en invierno como arboles de Navidad suculentos;  y por supuesto, las zarzamoras, autenticas cenefas espinosas de aquellos caminos y sendas que me perdían, como a   Hansel y Gretel, hacia el bosque más mágico y remoto. Cogía aquellas moras negras y calientes bajo el Sol, disfrutando cada una de ellas, con parsimònia, dejándome llevar como un auténtico hijo del bosque, salvaje inocente en la naturaleza. Las moras eran el regalo, la recompensa y la promesa de un bosque amable y misterioso,  que me acogía sin embargo,  en su seno,  como a una mas de sus criaturas. 
 


viernes, 17 de agosto de 2012

El Paisaje comestible


Mirar atentamente este plato, una dorada sobre hojaldre de verduras, aromáticos y olivada….  ¿Lo veis? Las rocas, el mar , el bosque …. la luz del Emporda  que ilumina la Cala del Pi como una premonición . 

El gran Josep Pla definía la cocina como el paisaje a la cazuela. Evidentemente se refería a la intersección de los productos alimentarios autóctonos, con la forma cultural de entenderlos, manipularlos mas o menos, y finalmente cocinarlos.  De esta forma, es fácil adivinar las principales características de un pueblo, a través de una lectura e interpretación de su recetario tradicional. Así lo decía Pla , y tenia muchísima razón , como casi siempre, al menos en las cosas referidas al arte de comer y beber. 

Pero la influencia del paisaje, del entorno natural que rodea al cocinero y su hábitat, la cocina, va mucho mas allá. Es fácil imaginar, por ejemplo, que las creaciones de algunos cocineros serian distintas si se hubieran creado en paisajes distintos.  ¿Seria tal vez Adrià el mismo de no haber cocinado desde El Bulli, en el centro telúrico del Emporda mas creativo? Seria igualmente un genio, pero distinto. 

El paisaje puede sin embargo trascender lo físico y elevarse hasta convertirse en un estado de la conciencia, formando parte entonces del pensamiento y la expresión. De tal forma, el cocinero transeúnte habitara siempre su paisaje interior de donde saldrá toda su creatividad. Y este es un paisaje permanente, invariable a la erosión del tiempo  e inmóvil en el recuerdo y por tanto en su influencia.

El paisaje aparece por tanto de repente sobre la brillante superficie de un plato.  Y en su presencia refleja a un tiempo la historia misma del alimento que lo compone y la cultura culinaria que lo define. Es el paisaje comestible.   

jueves, 7 de junio de 2012

La ultima boda


Foto de  Jordi Dalmau Novias 
Junio, al igual que septiembre, octubre, abril y mayo, son meses de hacer muchas  bodas. Este último sábado hicimos la última. Sacamos adelante los aperitivos para más de doscientos, con sus centenares de vasitos, platitos, brochetas, cucuruchos y demás parafernalias mas propias de un bazar chino,  que de un restaurante, por esas cosas de la moda.  Luchamos como jabatos  por mantener el tipo con el primer plato, sin perder el ritmo ni falsear la coreografía,  y logremos mantener en pie todas las cabezas de bogavante, como auténticos trofeos de caza mayor; a continuación,  conseguimos pasar la carne bien caliente, al punto de cocción, con las guarniciones en su sitio y la salsa de trufas brillante y sedosa como un vestido caro. El postre se sirvió casi solo, como en un carrusel en que los camareros,  giraban a nuestro alrededor como autómatas mecánicos, con la gracia de las bailarinas de las cajas de música, y la candencia de un ballet. Cuando servimos el pastel, con la marcha nupcial sonando en la sala  como en la entrada de Cleopatra frente a Marco Antonio,  los invitados estaban ya fuera de si, blandiendo servilletas al aire en agitado jubilo.   La novia,  con su gran vestido blanco iluminándolo todo,  como la pantalla de una gran y lujosa lámpara encendida,    y el novio enrojecido por el calor y la emoción, nos daba las gracias durante la disco. 


Fiesta de Novi@s de Jordi Dalmau Novias
A muchos colegas no les gustan las bodas. A mi si, son una gran batalla entre cocineros, camareros e invitados, mucho ruido, muchos nervios, muchas carreras, y al final, casi siempre,  la fiesta de los sentimientos, de las emociones, supera a la fiesta de la comida y la bebida; la gastronomía, esta si, si no provoca emociones, desde luego, las sustenta y las enaltece.

martes, 8 de mayo de 2012

Los nísperos de Sherezade



El nisperero es sin duda alguna el mas exótico de los arboles frutales de nuestro jardín. Tiene además la ventaja, de que el suyo no es un posado veraniego, temporal, como el de los otros arboles exóticos que le acompañan alrededor; sus gruesas hojas verdes permanecen todo el año del mismo color, como si su misma naturaleza tropical se negara a ceder frente al mas frio clima mediterráneo. El nisperero eclosiona en primavera con una floración discreta, tímida, y sus frutos, los nísperos, aparecen a principios de verano siendo así la primera en aparecer de las frutas estivales. Es por tanto su presencia en las fruterías un aviso evidente que ha llegado el verano, y que pronto aparecerán las otras frutas que le suceden  en el calendario del huerto frutal: las ciruelas, los albaricoques, las cerezas, y mas tarde toda la aromática familia de los melocotones. 

El exotismo del níspero no sugiere sin embargo imágenes tropicales de paraísos lejanos, postales propias de catálogos viajeros o novelas de Salgari o Defoe.  La originalidad de lo exótico del níspero, es la de un pasaje próximo, geográficamente vecino y culturalmente muy cercano. Es el exotismo sugerente del oriente árabe, del patio cubierto de azulejos azulones  y la fuente central; del jardín de mil flores, claveles, geranios y jazmines y los arboles cubiertos de azahar. El níspero es la fruta de las mil y una noches de Sherezade, como las granadas y los pistachos,  de los cuentos de La Alhambra de  Washington Irving, y una muestra evidente que la despensa mediterránea atesora algunos matices exóticos que la hacen tan fascinante y compleja. 
El sabor del níspero es por tanto un sabor veraniego, alegre y ligero, poco aromático pero refrescante, idóneo, como otras frutas de hueso, para tomar entre comidas, a media mañana, o por la tarde, cuando apetece un bocado inapetente, distraído. Los huesos del níspero, son negros y suaves, como las cuencas de un collar; apetece mantenerlos en la boca, como los de las olivas, sin embargo, hay que tener cuidado, pues tienen pequeñas dosis de cianuro. Y es que lo exótico, tiene sus riesgos, tal vez por ello, es tan atractivo.   

miércoles, 2 de mayo de 2012

Roses de tomàquet


El perfum d'una rosa de tomàquet, no és potser tan deliciós i suggerent  com una autèntica rosa de jardí. La seva sola presència,  no evoca romàntics sentiments,  ni incita a l'evocació de les mes dolces paraules d'amor. El seu color vermell no suggereix passió ni sensualitat, i la seva tija espinosa,  és del tot inexistent. La de tomàquet, ha estat però, la meva rosa de Sant Jordi aquest any. I ho ha estat perquè la seva presència sobre el plat,  em recorda una cuina remota que em va veure créixer, on les roses de tomàquet,  adornaven còctels de gambes, coberts de salsa rosa espessa, envoltats de mitges llunes de taronja i llimona; també formaven harmoniosos jardinets, amb juliverts resplendents,  sobre fonts gegantines d'amanides russes o alemanyes. Una cuina de grans bufets freds, plens de grans safates d'acer inoxidable, autèntics torpedes plens de salses sumptuoses, transparents gelatines i bordures de colors fetes amb purés de patates acolorits. Una cuina llavors plena de cuiners, ajudants i marmitons,  on es cuinaven grans olles de cremes de xampinyons i espàrrecs, pèsols de llauna, ous al plat enjoiats amb rodelles de xoriç, taquets de sobrassada o puntes d’espàrrecs blancs, porros de llauna gratinats, cistellets de llimona coronant paelles turístiques, i truites de riu embolicades amb pernil serrà. Una cuina heretada de receptaris clàssics antics  reinterpretats,   gairebé sempre,  amb mals actors i directors frustrats. 

La rosa de tomàquet no és la reina del jardí, ni s'alça presumptuosa sobre les altres flors. És tanmateix una flor fresca, que se sap humil com el mateix tomàquet del que procedeix. El seu aroma,  recorda immediatament a l'hort que la va veure néixer, i suggereix, amb la seva humida pell nacrada, el record d'aquella cuina que ens va veure créixer; una cuina que encara que passada de moda, negada tres vegades  i calumniada com aliena,  forma part de la nostra història professional, i  la que alguna cosa li deurem. La rosa de tomàquet, és a més la meva rosa de Sant Jordi, per que quina millor flor,  trobaríem  per celebrar també el dia del llibre gastronòmic, el mes deliciós de tots els llibres.  Una rosa - de tomàquet - un llibre - de cuina, no és ideal?

miércoles, 28 de marzo de 2012

El roger mes vermell




El vermell del roger o moll,  no es pas un color natural, si no un vermell de foc que nomes el vesteix,  quant el pescador grata el peix a contra escata amb la seva ungla. Altres peixos vermells son como el roger, veritables joies gastronòmiques; com si fos el vermell,   un senyal de avis per els gourmets, un color referencial en la paleta culinària. El roger, el de roca, que no s’ha de confondre amb el seu parent de fang, al que nomes es sembla per el primer nom, es en si mateix una de les gran meravelles del receptari mediterrani, i va ser, per definició, el peix dels creadors de la new age  culinària dels anys 80.

El seu fetge, es l’autèntic foie-gras del mar, la seva carn ofereix tots els matisos Iodats de l’aigua marina i les roques cobertes d’algues,  i fins i tot la seva espina, fregida fins fer-la trencadissa, es autèntic aperitiu gourmet, sibarita, com les espines d’anxova del gran Mercader, reinterpretades en forma de mòmia,  per un agosarat Ferran Adrià. Tots els sacerdots de la nova cuina, han dissenyat amb els seus lloms ben desespinats gran plats amb clares reminiscències mediterrànies; No es casualitat, que el seu càpita, Ferran Adrià, tries el seu roger Gaudi, per il·lustrar la portada del seu primer llibre, a l’any 93, subtitulat, el sabor del Mediterrani.

 
La cuina tradicional i popular, que no es el mateix, ha cuinat sempre els rogers mes grans a la brasa, amb una pinzellada subtil d’oli d’oliva, o aromatitzats amb una vinagreta lleugera, i fins i tot, perfumats amb all i julivert picolats. El roger petit, no mes grans que un dit, es converteixen en autèntics bunyols daurats i cruixents al fregir-los a gran fritura, sent perfectes solistes o alegres comparses de les millors fritures de peix, un plat de gran èxit en els restaurants de peix fa uns quants anys, i ara desnonat  injustament per les modes gastrosaludables.

Les grans cuines franceses, han cuinat també els rogers de diverses formes. La haute cuisine dels hotels i  restaurants,  negats amb mantega torrada i taperes, a la  beurre noisette , o a la oriental, amb fruits secs i especies exòtiques.  I per altre banda, la cuina tradicional de la Provença,  a guarnit sempre els rogers amb olives negres i tomàquet fresc, perfumant-los amb farigola i alfàbrega,  les aromes silvestres mes definitòries de la cuina mediterrània.

El roger mes vermell es el que llueix sobre el plat, com un fanalet  de festa major, una festa gastronòmica.






lunes, 6 de febrero de 2012

EL FUEGO DE LA COCINA


Cocina. 
(Del lat. coquīna, de coquĕre, cocer). 
1. f. Pieza o sitio de la casa en el cual se guisa la comida. 
2. f. Aparato que hace las veces de fogón, con hornillos o fuegos y a veces horno. Puede calentar con carbón, gas, electricidad, etc. 


Cuando mi hijo Marc, me explico que había decidido hacer su trabajo de investigación de bachillerato sobre la cocina solar, no me extraño nada. Si la cocina es siempre, o casi siempre, el centro gravitatorio de la vida familiar, en nuestro caso, esto es doblemente cierto.
 La cocina, en la acepción de espacio físico dedicado a cocinar, a la elaboración de los alimentos, ha sido y es mi hábitat natural desde prácticamente toda la vida. Entre en mi primera cocina profesional - si es que alguna no lo es – hace treinta y seis años, y aun no he salido. A la cocina debo casi todo lo que soy, y casi todo lo que tengo; ella ha forjado mi carácter, mi forma de ser y entender la vida, y de ella ha salido los recursos para la formación, creación y evolución de mi familia. A cambio, me ha pedido mucho; la cocina no es generosa, no te da nada gratis, sin esfuerzo, sin dedicación, es una amante celosa que te quiere solo para ella, en ella, dentro de ella y su calor palpitante. 

La cocina en si misma, en la acepción de aparato o mecanismo para la cocción de los alimentos, los fogones propiamente dichos, son el corazón de cocina, del hogar mismo incluso; de hecho, hogar procede de hoguera, la cocina primitiva, la madre de todas las cocinas, habidas y por haber, alrededor de la que se reunía toda la familia, la tribu, para cocinar los alimentos y hacerlos mas comestibles, mas civilizados, en el camino evolutivo hacia una sociedad mas humanizada en el sentido filosófico de la palabra. La cocina, es por tanto, autentica filosofía. 

La llama primitiva, el fuego original y creador, ha sido siempre el elemento necesario para la cocción de los alimentos. Ya sea esta producida por la combustión de leña, carbón, gas o gasoil. Sin embargo, a finales del siglo XIX, aparecía la cocina eléctrica, donde la llama desaparecía siendo sustituida por la energía calórica de una resistencia. La desaparición de la llama, del fuego, supuso una antes y un después en la cocina. La magia de la electricidad fue seguramente el siguiente paso evolutivo del ser humano, capaz, por primera vez, de intervenir en las leyes naturales poniendo en marcha procesos energéticos artificiales. Mas tarde, las placas vitroceramicas, y finalmente las de inducción, convirtieron la cocina, el centro del núcleo familiar, y por tanto, el centro mismo del universo, en un espacio tecnológico de diseño en el que la preparación de los alimentos sea mas rápida, sana y por tanto eficiente. 

Sin embargo, la magia de la tecnología, con su fría y calculada efectividad, no puede sustituir el calor del fuego acariciando la piel, el reflejo anaranjado o rojizo de las llamas bajo la cazuela, ni aquella fascinación de las grandes llamaradas al flamear una sartén. El suyo es un fuego intelectualizado que cocina los alimentos sin apenas emoción, influyendo apenas nada en el resultado final; una cocina fría y limpia como el pupitre de un laboratorio. Nada que ver, por ejemplo, con las antiguas cocinas de carbón, que soplaban humo negro por sus chimeneas, mientras en su corazón, las brasas calentaban con furia las gruesas planchas de hierro dulce que las contenía. Mi primera cocina fue de carbón; una cocina antigua en un hotel antiguo. Era el verano de 1975, aparcaba mi bicicleta junto a la carbonera, llenaba varios capazos de carbón y los subía, uno a uno, y con gran esfuerzo, por una larga y empinada escalera hasta la cocina. Abría los dos fogones, introducía en cada uno de ellos unas hojas de periódico arrugadas, unas tablillas de madera, y una pala de carbón; encendía con una cerilla y mientras preparaba las ollas con el agua y la leche, para hacer los desayunos, la cocina se iba calentando poco a poco, emitiendo todo tipo de crujidos, auténticos gemidos del dragón que despertaba. Las manecillas de los hornos eran de cobre dorado, en forma de puños cerrados, y después de cada servicio, y tras lavar toda la cocina, tenia que frotarlas con vigor hasta que brillaran como si fueran de oro. Luego, bajaba hasta el bar de la esquina, donde el chef acostumbraba a tomarse un café, para decirle que había terminado. En ocasiones, el chef, antes de despedirme, subía a la cocina a comprobar mi trabajo; pasaba su pañuelo por la cocina, y si por desgracia se ensuciaba… otra vez a limpiar! 

Tras esa primera cocina, llegaron muchas más, todas ellas necesarias e importantes, o por lo menos, oportunas. Más grandes o más pequeñas, con más personal o menos, en todas ellas se repetían los mismos esquemas. Prácticamente todas eran cocinas con los fogones de gas, menos un par de ellas que fueron de gasoil. Estas cocinas, que funcionaban y funcionan aun con gasoil, como los camiones, no son más que antiguas cocinas de carbón, a las que se les incorpora un quemador, como el de las calefacciones. Recuerdo especialmente la de un hotel en Platja d’Aro, junto a la playa, donde estuve varios años de chef, que disponía de una gran cocina con cuatro quemadores que soplaban como si quisieran derribar la cocina entera. Cuando se ponía todo en marcha, el ruido era ensordecedor y el calor insoportable. Tenia que cantar las comandas con micrófono y amplificador para que el equipo de cocineros me escuchara. 

Años después, volví a tener una cocina de carbón, esta vez en un local de propiedad, el Posit de Pescadors. Aquel restaurante estaba, y esta, en el mismo centro del puerto de Arenys de Mar, como un gran barco anclado en el espigón del muelle esperando a zarpar. Cada madrugada lo poníamos en marcha encendiendo su gran cocina de carbón como si fuera el motor de la nave. Una gran columna de humo negro y denso como el mismo carbón que ardía, se levantaba del edificio a través de la chimenea, anunciando al vecindario entero, que el barco se ponía en marcha. A menudo subía a la azotea y me sentaba bajo la chimenea a observar la entrada y salida de los barcos, oteando el horizonte lejano, como hacia de niño en el puerto de Sant Feliu de Guixols, seguía buscando mi Nautilus, y aquel lugar, parecía idóneo para ello. Hacia el medio día la cocina ardía despiadadamente; las planchas se ponían incandescentes como una autentica forja, y cocinar sobre ellas era como remover las brasas del infierno. Aquella era una cocina terrible, hasta el punto que los camareros se negaban a entrar en ella y los cocineros enrojecíamos como langostas en agua hirviendo. 

Tal vez por eso, cuando mientras mi hijo Marc me explicaba los fundamentos de la cocina solar, una cocina amable, en todos los sentidos; respetuosa con el medio ambiente, y respetuosa con la misma comida, incapaz de quemar los alimentos y por supuesto, al cocinero, el concepto me pareció magnifico. Además, me gusto por que se trata de una tecnología comprensible, natural. Nada de ondas electromagnéticas ni cosas extrañas difíciles de explicar, tan solo el calor del Sol, la energía primogénita directamente, sin apenas intervención humana. Acostumbrado a usar la tecnología de última generación para controlar el calor grado a grado, el descubrimiento de la cocina solar, me llevo de nuevo a aquellos años felices de la infancia, cuando usábamos esa misma energía para quemar insectos con una lupa. Evidentemente, no se trata en modo alguno de una cocina alternativa, al menos en el mundo industrializado, sin embargo, si puede ser muy útil para detenernos, de tanto en tanto, y cuestionarnos el entorno tecnológico que nos rodea, y tal vez, nos condiciona demasiado. 

martes, 31 de enero de 2012

EL CALENDARIO DE LA COCINA




En todas las cocinas,  hay por lo menos un calendario. A nivel practico, nos sirve para ordenarnos la vida cotidiana; nos indica  el día del mes, de la semana, algunos nos dan informaciones mas o menos valiosas, como los santos, o los distintos estados de la luna, todo ello en el cielo. Muchos tenemos la costumbre de apuntar las citas, con el medico, el dentista, con el abogado, o los cumpleaños de parientes y amigos; y lo hacemos garabateando letras apretadas, casi siempre en rojo, junto a los ordenados números del calendario. A otro nivel, menos practico pero mucho mas importante, el calendario culinario nos va reescribiendo la gastronomía cotidiana, estableciendo un orden que nos recuerda  los cambios estacionales o las fiestas  tradicionales, ambas cosas fundamentales a la hora de decidir que cocinamos y como.
Hay varios tipos de calendarios. Los que regalan los bancos  - o regalaban antes de la crisis, ahora los venden -  que suelen ser de buena  calidad, con hermosas fotos de espacios naturales o grandes edificios.  Están los calendarios  que regalan en los bares de barrio o tiendas de comestibles, con fotos de animales domésticos adorables, o vírgenes y santos, también adorables. Sin duda alguna, mis favoritos son los que te regalan en el restaurante chino; no te dan ninguna clase de información adicional, tan solo los meses desplegados en un rollo de papel arrugado, como una cortina, y dibujos de la muralla china o de cisnes volando. Pero me fascina que los años tengan nombre de animales, sobre todo por que nací en el año del tigre, si hubiera nacido el año de la rata, o de la cabra, a lo mejor no pensaba igual. Otro tipo de calendarios, ya más elegantes, o pijos, son los que venden en librerías y grandes almacenes. Abarcan muchos temas, algunos ya clásicos, como los de Tintín o Mafalda, también los inevitables de Hello Kitty, pasando por los dedicados al mundo Disney, Justin Bieber, los de las fotos de bebes dentro de macetas y floreros  y por supuesto, los futboleros.   Y finalmente, están los calendarios profesionales, o lo que es lo mismo, los que regalan los distintos fabricantes o proveedores.

Y aquí es cuando me revelo. No puede ser. Todos hemos visto los calendarios que cuelgan en la pared grasienta de nuestro mecánico, o en taller del jardinero, del  electricista o el carpintero. Esas  mujeres en biquini, o incuso sin el, manejando grandes herramientas con las manos denudas, poderosas sierras o taladradoras, pintando verjas,  podando el césped mientras un aspersor las moja.  ¿Y en la cocina? ¿Que ocurre? ¿Donde están esas cocineras estupendas y sexis manejando el Thermomix, o cortando cebollas con un cuchillo enorme?  No existen. Nunca hubo un calendario semejante. Es curioso, sobre todo teniendo en cuenta que el mundo de la cocina profesional, fue siempre un universo masculino, fuertemente masculino, misógino incluso. En cambio, los calendarios que nos regalan los proveedores, muestran siempre fotografías de alimentos, pollos, verduras, pescados y otras sandeces que a nadie importan nada. Es cierto que hoy en día, la cocina no es lo que era – por suerte- y cada vez hay mas personal femenino, sin embargo, por que no un calendario alegre, como por ejemplo los calendarios de bomberos, deportistas  o líneas aéreas, ahora tan moda.  O tal vez ilustrados con fotos de cocineras del cine, como Jaquelin Bisset, irresistible en “Quien mata a los grandes Chefs”, Catherine Zeta Jones, en “Deliciosa Martha”, o incluso nuestra Olivia Molina, de “Dieta Mediterránea”, ellas, y también sus parternaires masculinos, seguro llenaban de color y alegría los calendarios de nuestras cocinas; al fin y al cabo, la cocina, siempre estuvo mas relacionada con el sexo, que cualquier otra profesión.