¿A que sabe la fresa? La pregunta no es baladí, ni su respuesta evidente. Si reflexionamos tan solo unos instantes, nos daremos cuenta que la fresa, no sabe a fresa. En realidad, el sabor que asociamos a esta fruta roja, no es el suyo, si no un sabor ficticio, imaginario. El sabor fresa que nuestra memoria organoléptica identifica, es ilusorio; es el del helado en cucurucho, del yogur de sabores, del chicle, del salvavidas y la pelota de plástico, de la playa en verano y el aftersun, del dentífrico infantil y la golosina más dulce, de la tarta y la mermelada. Y es que este sabor fresa, como sucede tambien con otras frutas, como el limón o la naranja, esta diseñado y sintetizado, un concepto insdustrializado; más que el sabor de una fruta, es el de una actitud, un estado de conciencia alegre y despreocupado; es un sabor cándido, ingenuo, que nos sugiere ciertos aspectos del placer mas inocente, mas fácilmente apetecible, mas sugestivo, y probablemente, el sabor fresa, es el del primer beso. Un beso cuasi infantil, tibio, adolescente.
La fresa en si misma es sin embargo la más sugestiva de las frutas; su color rojo intenso, pasional, y su sabor natural, fresco y fragante, dulcemente acidulado, predispone a juegos de seducción y placer adulto. Y si cubrimos la fresa con un vestido satinado de suave y brillante chocolate, o tal vez la sumergiéramos en las burbujas de una copa de champagne, entonces, toda la inocencia de esta fruta desaparece y se convierte en sensual golosina.
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