La fealdad de este pescado es evidente, indiscutible. Y la suya es además una fealdad gris, anodina, sin matices; distinta por ejemplo de la terrorífica fealdad del rape, de la fealdad teatral de la raya, o de la siniestra fealdad de la lamprea. La fealdad de la japuta, su aspecto antediluviano, ese color apagado y mortecino, y un perfil absurdo con cara de piraña bobalicona, hacen que la tan bien llamada japuta, sea un pescado poco apetecible, de aquellos que no llevaríamos a nuestra cocina, si no fuera por que una vez desvestida de su sayo gris tristón, y debidamente hermoseada a través de la receta adecuada, la alquimia culinaria, su naturaleza transita del horror a la delicia gastronómica, además, a muy buen precio.
De hecho, la japuta, pescado semi graso, o semi azul, como quisiéramos llamarlo; también llamado en Catalunya castañola, palometa o saputa, fue un pescado muy popular en las mesas españolas hace unos años, cuando su presencia en los puertos pescadores era abundante, y por tanto, lo mismo en los mercados. Perfumado con orégano y pimentón al estilo de los adobos andaluces, la fealdad de este pescado queda olvidada y se presenta como un clásico de la cocina del sur. En todo caso, se trata de una muestra mas de la infinita variedad de elementos que ofrece la naturaleza marina a la alimentación humana, de tal forma, que difícilmente un cocinero agotaría en su vida profesional todas las posibilidades que el mar le ofrece.
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